El sábado pasado por la noche en el estacionamiento del supermercado un personaje en un VW Saveiro blanco, visitiendo una remera mugrosa y una ridícula gorrita mimetizada, empezó a contaminar el recinto con cumbia villera.
Cuando pasaba por cerca de la ventanilla le grité "Disculpame, ¿tenés algo de música para poner?". El ente se quedó azorado por algunos segundos y luego gritó "¿Qué sabés de música vos, payaso?".
Quise darme vuelta y decirle que sabía mucho de música. Que puedo disfrutar cualquier género musical. Escuchar rock, música clásica y folklore. Pero ¿vale la pena discutir con alguien así?
Ese incidente banal refuerza la sensación de ser un paria que me suele invadir. Cuando en el trabajo hablan de Tinelli, Gran Hermano o cosas así, yo quisiera hablar de Schopenhauer o de Nietzsche. En la universidad los docentes se preocupan poco por preparar las clases, y casi nada por expresarse correctamente en forma oral o escrita.
Aún así, de vez en cuando, reparo en personas de inteligencia brillante. Son pocas, pero las hay. Al menos el mundo es más soportable gracias a ellas.